El escudo

En campo de gules, castillo de oro, almenado contres torres; la central más elevada que las laterales; mamposteado o mazonado de sable (negro) y aclarado de zaur. Como timbre, la corona de nuestros antiguos reyes.

Escudo bisel

El campo rojo significa ardor, sacrificio, esfuerzo, entrega apasionada a los ideales; es amor y sangre. El color rojo fue el de las mesnadas que recuperaban a España de la ocupación árabe; el de los pendones que tremolaran sobre victoriosos campos de batalla; es el color de la mayorìa de los estandartes que las parroquias y concejos castellanos pasean aún por los campos de romerías y esperanzas.

El castillo dio nombre a Castilla. El castillo significa agrupación y defensa, vigilancia y custodia. Y todas estas funciones prestó desde el nacimiento mismo de Castilla, en el lejano año 800. Es castillo de oro, el más noble de los metales, para manifestar que Castilla posee y goza la nobleza intrínseca de los pueblos soberanos, justicieros y laboriosos, creadores de cultura, misioneros de verdades. Castillo de oro, aclarado de azur, en su puerta y ventanales. El azur es apertura, fraternidad igualdad y limpieza espiritual.

Este castillo de Castilla es, quizá, una de las piezas más usadas en la Heráldica española. Su aparición fue muy temprana y nos emociona verlo aún grabado en piedra, cuya policromía ha amortiguado el tiempo, en cera, en hierro y en metales preciosos. No es extraño que sea, después del Nacional, el escudo más usado por nuestros concejos.

El apellido PORRAS

Porras y Porres es el mismo apellido. Este linaje, uno de los primeros de Castilla, tuvo su solar y propiedades al Norte de la provincia de Burgos. A falta de documentación los genealogistas han acudido a una explicación fabulosa haciéndoles originarios de Francia y remontándoles, nada menos, que a tiempos de Clodoveo. Allí debido a cierta hazaña, ganaron las porras de su escudo. Este origen les venia además muy bien para explicar el empleo como motivo heráldico de las cinco flores de lis.

Según un descendiente, al casar D.ª Blanca con Sancho el Deseado trajo de mayordomo a Castilla a Pedro de Porras «el qual se quedó a vivir en Castilla y pobló un valle que llamó de su apellido que es el valle de Porres, en las montañas de Burgos». Desde aquí se extendería el linaje a otras partes de España, sobre todo Andalucía, Zamora y Segovia. La rama de América también existió. Un famoso descendiente sería San Martín de Porres «Fray Escoba».

Las crónicas nos hablan a menudo de sus intervenciones políticas, algunas tan apasionadas y desgraciadas como en las Comunidades. En las pruebas de las órdenes militares se les consideró siempre «como la primera nobleza de esta tierra».

Los más antiguos documentos dan a entender que fue el valle de Valdeporres y no la familia quien dio nombre a la zona, puesto que ya aparece con esta denominación en 1133. Según el Becerro de las Behetrías el pueblo de Porres no les pertenecía. Cidad, en cambio, aunque era behetría tenía por señor a Rui López de Porres.

En un primer momento estuvieron al servicio de don Juan de Lara, como también lo harían otros linajes de la región, por ejemplo los Salazar. Después seguirían a don Tello quien además de señor de Vizcaya, poseía abundantes bienes en la cabecera del Ebro. De las cenizas de las rancias y prestigiosas familias de Laras y Haros surgirían los Velasco, a quienes seguirían los Porras desertando de Pedro I, a pesar de que le debían casi todo su patrimonio.

En 1421 Lope García de Porras, primer gran señor de la Casa, se puso al frente de las Merindades que pretendían ser realengas y, junto con el hijo de Garci Sánchez de Arce, señor de Villarias, era «mayor desta defensa»; todo ello aprovechándose de que Juan de Velasco había dejado sólo hijos pequeños y las behetrias no querían estar bajo su sujeción. Cuando Pedro Fernández de Velasco llega a mayor de edad se habían agriado de tal forma las cosas que los contrincantes estuvieron a punto de llegar a las manos frente a los muros de Medina de Pomar.   Resultado: «quedó la tierra robada de mala manera pero después quedóse la casa de Velasco con todo el señorío e Merindades, segund se lo auja dexado el dicho Juan de Velasco, e aun con más». A mediados del s. xv Juan López de Porres hablaba por el contrario del «Conde de Haro, mi señor». Varios Porras fueron alcaldes de las torres de Medina de Pomar.

Condicionados por la feroz competencia de la numerosa nobleza de las Montañas. por la creación de poderosos patrimonios monasteriales, como es el caso de Oña y San Millán. La abundancia de lugares de behetría, la alta densidad demográfica, así como el acaparamiento de los Velasco, no consiguieron los Porras un patrimonio tan fuerte como para obtener prontamente un titulo nobiliario. Sus enlaces matrimoniales tampoco fueron brillantes.

Como en todas las grandes casas advenedizas los iniciadores de la lista genealógica son inseguros debido, especialmente, a las deformaciones legendarias motivadas por la falta de un origen prestigioso. Se duda, incluso, de los inmediatos ascendientes del fundador del mayorazgo.

El primero que para el presente estudio tiene interés es Pedro Gómez de Porras «el Viejo», también llamado «el Caballero», documentado con toda seguridad. La formación de su patrimonio dependió casi exclusivamente de las donaciones reales. En recompensa de su participación en la batalla de Alarcos recibió de Alfonso XI los Carabeos con sus tercias, que permanecieron en la Casa hasta tiempos de Felipe II que no quiso confirmarlas. Privado de Pedro I, por parentesco con Maria de Padilla, el rey le dio, además, el priorato de San Juan y otros bienes en Valdebodres. todo el valle de Valdebezana, la honor de Montoto y San Román en 1355. En 1371 lo confirmaría Enrique II. añadiendo Herbosa y todo lo que al rey «pertenese e pertenesqio al señorío de Vizcaya».

Al morir este Pedro, en 1376, mandaba en «donadio e mayorazgo» para su hijo del mismo nombre, apodado «El Mozo», Virtus, Santa Marina, Castrillo, Herbosa, la renta de los Carabeos... A este mayorazgo se le denominaría, para diferenciarlo del de Cidad, «mayorazgo real hecho por merced de los reyes pasados».

Al proclamarse rey Enrique II, en 1366, daba a Dia Sánchez de Porras y a su hermano Pedro las rentas de la Puente de Brizuela, Leva, Castrobarto y Muga, los derechos del alfoz de Tedeja y de Villatomil por su ayuda en momentos de apuros. Al mismo tiempo le entregaba lo que había pertenecido a su primo Gonzalo, muerto en la batalla de Najera. En adelante quedarían exentos de pagar alcabalas.

Juan I dio a Pedro los lugares de Bocos y Rozas «que se perderìan» además de facultarle para poder traer merinos en los reinos de Castilla y León que cobrasen sus rentas. A los Porras pertenecieron las iglesias de Guriezo y Basabe (Alava), que el rey daría posteriormente a Sancho Sánchez de Arce.

De los numerosos bienes que este segundo Pedro dejo a sus hijos no agrado nada al mayorazgo. De todas formas hay que tener en cuenta que lo mas sustancioso de dichos bienes procedían de lo aportado al matrimonio por su mujer Juana Fernández de Angulo (hija de Fernán Sánchez de Angulo, muerto en Najera), entre ellos Extramiana y Lezana. Al morir Pedro, en 1397, los hijos se repartieron los bienes maternos cayendo en suerte a:

  - Pedro Gómez de Porras la casa de Extramiana.

  - Juana Fernández la casa de Navamuel (Santander).

  - Maria Alonso (casada con Díaz Sánchez de Velasco) la torre de Lezana con otros bienes en tierra de Mena.

  - Lope, hijo mayor, heredaría el mayorazgo fundado por el abuelo.

Este último, Lope García de Porras, llevaría a cabo una política de compras que con todo detalle puede seguirse a través de los documentos del A. H. N. Fueron especialmente abundantes en Cidad y sus cercanías.

Al dictar su testamento en Burgos el 8 de noviembre de 1429 formaba dos mayorazgos: Cidad y Extramiana.

Había obtenido permiso real para ello cinco años antes. En realidad el de Cidad era una ampliación del creado por su abuelo, pero ajustándole a tales cláusulas que podía considerársele como nuevo, pues, entre otras cosas, aquél se juzgó siempre de sucesión regular mientras que éste era de agnación rigurosa. Los bienes asignados eran numerosos: la casa fuerte de Cidad con diversas propiedades en Valdeporres, Manzanedo, Valdebodres, Puentedey, Brizuela, el monasterio de San Miguel de Cornezuelo y otros más situados en pueblos cercanos. También entraban los maravedís de las Encartaciones de Revilla de Montija y de Salazar «con sus naturalezas». A este mayorazgo agregaría lo que sacó en concierto a su abuela alegando que Pedro «el Viejo» no le pudo dar en arras San Román, Montoto y Bezana, pues eran bienes que necesariamente debían de estar unidos al mayorazgo primitivo. ya que eran donaciones reales.

Para su segundo hijo Pedro, habido de su segunda mujer Aldonza Medrano, señora de Agoncillo, formaba otro mayorazgo con los bienes de Extramiana. Con el tiempo revertiría al de Cidad. Ante las quejas del valle de Valdebezana sobre el de recho jurisdiccional de los Porras se dio sentencia, en 1494, a favor de estos últimos. El asunto debía arrastrarse desde muchos años atrás, pues, en 1435, Juan II escribía a las justicias de las siete merindades para que no se entrometieran en tierras de Valdebezana. La jurisdicción estuvo unida al mayorazgo de Virtus.

Los pleitos por la sucesión a los mayorazgos refundidos por Lope fueron varios. A fines del s. XVI Pedro Gómez de Porras aseguraba que había gastado la dote de su mujer en defender la jurisdicción y privilegios del mayorazgo. Cuando muere, en 1597, sin sucesión se inician una serie de pleitos que duraron cerca de medio siglo. Descartada su hija, que carecía de razón, y ante la muy probable invalidación sucesoria de su nieto natural, nombró por sucesor a su sobrino Juan de Porras. Este se enzarza en pleito con Jerónimo de Medinilla (señor de Bocos) que había tomado posesión de los bienes. Cuatro letrados árbitros dieron la razón a Juan. Jerónimo, de todas formas, le consideró legalmente «intruso». También Juan murió sin sucesión en 1623.

La disputa que se sigue es compleja. En un primer momento el corregidor de las Merindades da la posesión a Jerónimo, primo del último poseedor que vuelve a la carga, pero atacando, sobre todo, a su competidor Pedro Enríquez de Ontañón, quien alegaba derechos propios al mayorazgo si es que no se le daba a su abuela. Como experimentado jurista de la Chancillería de Valladolid que era Jerónimo, alegaba que el mayorazgo era de sucesión regular, con lo que descartaba a Juan de Porras, el otro competidor. Contra Pedro aseguraba que el fundador había puesto como condición sucesoria la limpieza de sangre, cosa que se exigía desde hacía doscientos años en todos los mayorazgos de las Montañas. Los Ontañón no podían suceder por ser notorio que procedían de judíos. Juan de Porras se defendía de Ontañón asegurando que la fundación de Pedro Gómez de Porras «el Viejo» se había hecho sin permiso real y, en consecuencia, no era válido. El hecho por su sucesor sí lo era y, por consiguiente, sólo existía un mayorazgo que además resultaba de rigurosa agnación.

El mayorazgo de los Porras se dividió (1628). La Chancillería dio la tenuta de Virtus y Valdebezana a Pedro de Ontañón, mientras que el de Cidad pasó a Juan de Porras, biznieto de otro Juan de Porras y María Goi.

El pleito por la propiedad y la liquidación se vio envuelto en violencias. La Chancilleria confirmó la división dando por falsos unas donaciones de D. Juan de Lara, así como un supuesto testamento de 1438. Virtus continuo en los Ontañón hasta tiempos bien recientes. En 1902 el abuelo del actual propietario compraba la torre a los últimos descendientes.